Cuando nacemos aún no somos conscientes del esfuerzo que vamos a tener que hacer para encajar en nuestro mundo, para sentirnos merecedores de ese amor incondicional que merecemos, o lo que es lo mismo pero reducido a lo que en esa primera etapa se refiere a «nuestro mundo»: que papá y mamá estén contentos con nosotras y nos brinden su amor.
Pero desde que empezamos a desarrollarnos este amor se va viendo condicionado: mamá está más feliz si sacamos buenas notas o papá está más contento con nosotras si nos portamos bien con nuestra hermana. Esto hace que en nuestro pequeño cerebro asociemos la idea de ser amados por nuestros padres con el condicionamiento a nuestra personalidad. Es decir, si soy así mereceré amor, si no me adapto a ese canon, algo está mal.
Al contrario de lo que pensamos los adultos, el amor que hemos recibido de nuestros padres ha sido condicionado y eso ha determinado en gran medida el desarrollo de nuestra personalidad.