Categorías
Artículos Blog Noticias

¿Qué imagen doy a los demás?

máscara

Cuando nacemos aún no somos conscientes del esfuerzo que vamos a tener que hacer para encajar en nuestro mundo, para sentirnos merecedores de ese amor incondicional que merecemos, o lo que es lo mismo pero reducido a lo que en esa primera etapa se refiere a «nuestro mundo»: que papá y mamá estén contentos con nosotras y nos brinden su amor.

Pero desde que empezamos a desarrollarnos este amor se va viendo condicionado: mamá está más feliz si sacamos buenas notas o papá está más contento con nosotras si nos portamos bien con nuestra hermana. Esto hace que en nuestro pequeño cerebro asociemos la idea de ser amados por nuestros padres con el condicionamiento a nuestra personalidad. Es decir, si soy así mereceré amor, si no me adapto a ese canon, algo está mal.

Al contrario de lo que pensamos los adultos, el amor que hemos recibido de nuestros padres ha sido condicionado y eso ha determinado en gran medida el desarrollo de nuestra personalidad.

Y para adaptarnos y poder recibir ese amor (ya condicional por nuestro comportamiento) vamos desarrollando diferentes máscaras para poder adaptarnos a ese entorno. No nos comportamos igual con nuestro padre que con un colega, al igual que de pequeños no nos comportábamos igual en el colegio que en casa. ¿Por qué? Porque como seres inteligentes ya sabíamos que cosas debíamos hacer y qué no para contentar al otro.

Cuando pasa un poco más de tiempo en nuestra evolución la cosa va cambiando y empezamos a desarrollar personajes internos a través de ese aprendizaje en la infancia. Esos personajes internos nos ayudan a escondernos y poder mostrar las máscaras que ya hemos aprendido que funcionan y gustan al resto del mundo.

Las máscaras son las que enseñamos al otro: soy capaz, soy divertida, soy inteligente, soy afortunada…pero en cambio los personajes internos son aquellos que escondemos y reprimimos, empleando gran energía en ello y por tanto, cuando salen de las sombras, salen con mucha fuerza debido a la energía que hemos gastado en mantenerlos ocultos. Esos personajes son la cara B de la misma moneda: la cara A y nuestras máscaras aceptadas por la mayoría y la cara B con nuestros personajes ocultos porque aprendimos que no eran queridos ni bienvenidos y debían ser relegados a la oscuridad.

Las máscaras que mostramos son la cara A de una moneda. En la cara B están los personajes ocultos que hemos relegado a las sombras de nuestra personalidad.

Hay diferentes técnicas para ser conscientes de qué máscaras nos acompañan en nuestra vida. Una de las más sencillas es simplemente preguntarte:

  • ¿qué máscara me gusta enseñar?
  • ¿con qué máscara me siento más cómoda en relación al resto de personas?
  • ¿con cuál máscara creo que tendré más éxito en determinado ambiente social?

Esas máscaras realmente dificultan o condicionan un conocimiento sobre nosotras mismas y una exploración de nuestro verdadero ser al sentirnos sobreidentificadas con ellas y no indagar sobre qué hay bajo esa máscara que decidimos/aprendimos a colocarnos. En épocas de crisis o de conflicto personal, cuando esa máscara ya no funciona o simplemente estamos cansadas de colocárnosla, provoca un vacío o desconocimiento sobre nosotras mismas haciéndonos creer que si no nos colocamos esas máscaras debajo no existe nada, no somos nada. Pero nada más lejos de la realidad: bajo esas máscaras que aprendiste a colocarte está lo más puro y por lo que más merece la pena descubrir: tu esencia.