Ha salido recientemente publicado un estudio de una empresa farmacéutica que comercializa ansiolíticos, la cual no voy a nombrar porque no apoyo el uso de los psicofármacos en este tipo de problemas, en el que 1 de cada 3 pacientes que acude a la consulta de un médico de atención primaria (ese al que vas cuando te encuentras malito), es por problemas relacionados con la ansiedad. En España, 12.413.000 personas sienten que la sufren de manera habitual en su vida. Teniendo en cuenta que somos unos 46.000.000 de personas según el censo 2017, me parece que hay que empezar a tomarse en serio el problema, no sé cuándo se empieza a denominar epidemia, pero tenemos que estar cerca con estos datos.
Ansiedad como mecanismo adaptativo
Pero, ¿qué está pasando si la ansiedad apareció para ayudarnos?
La ansiedad es un mecanismo de defensa natural para poder enfrentarnos al mundo en el que vivimos. Nos ayuda preparándonos para escapar o luchar de aquello que nos puede dañar. Es cierto que este mecanismo se especializó cuando mucho antes de ser homos sapiens sapiens, debíamos escapar de situaciones que pudieran poner en peligro nuestra supervivencia (como un fuego o un depredador). Entonces teníamos dos opciones: escapar de ello o prepararse para luchar. Entre las dos alternativas (escapar y huir o luchar), se elegía aquella que ofrecía más probabilidades de sobrevivir a la amenaza.
Por tanto, luchar o huir se perpetuaron como mecanismo adaptativo a nuestro entorno y con ello, las probabilidades de sobrevivir como humano y, por tanto, como especie.
¿Qué pasa ahora? ¿Por qué en pleno S. XXI, rodeados de edificios, carreteras y centros comerciales, dónde nuestra vida no peligra, seguimos usando este mecanismo ancestral?
Los estímulos amenazantes han cambiado de forma; quizás ahora no estemos en el menú de un león, pero si perdemos un trabajo, no tenemos dinero para comprar comida, peligra nuestra salud y por tanto, la vida. ¿Esto qué quiere decir? En nuestros inicios, ante la amenaza (el león) nos preparábamos para luchar o para escapar, ahora gracias a la evolución, tenemos que ser más precavidos: quizás el no tener trabajo no es una amenaza en sí misma, pero si lo son sus repercusiones: no hay trabajo, implica que no hay ingresos, no se puede comprar comida y esto repercute en una mala salud (entre otras). Ahora anticipamos las consecuencias de la amenaza, y por tanto, la anticipación es la que nos hace ponernos en marcha hacia la acción.
Aunque ahora no estemos en el menú de un león, nuestras amenazas siguen existiendo
Anticiparnos lleva interpretar la situación (o el estímulo) como amenazantes, pero hay veces que nuestro cerebro, al igual que otros órganos del cuerpo, también falla e interpreta de manera errónea señales de la situación; estas señales pueden ser externas a nosotros (por ejemplo: “ahí viene un coche que no está frenando y yo estoy pasando por el paso de peatones”) o internas como pensamientos o sensaciones corporales. Ese fallo en la interpretación, decidiendo que es amenazante algo que en realidad no lo es, provoca una alarma en nuestro sistema nervioso autónomo, para que huyamos de esa situación: con un montón de reacciones mayor frecuencia de inhalaciones para tomar más oxígeno (hiperventilación) y que el corazón pueda bombear más sangre (tasa cardiaca elevada) y llevar más oxígeno a los músculos (tensión muscular) para huir más rápido. Esta activación del sistema nervioso autónomo simpático no puede durar más de 15 minutos, es un sistema rápido de huida, por lo que no se puede mantener durante un tiempo prolongado.
Fuente: Síndrome General de Adaptación (Hans Seyle, 1936).
Lo que ocurre es que ahora nuestra supervivencia no corre peligro por esas señales que nosotros podemos interpretar como amenazantes, como peligrosos para nuestra vida. Las sensaciones fisiológicas que lo acompañan nos resultan tan desagradables, que cuando este mecanismo aparece unas cuantas veces, los llamados ataques de pánico, no queremos se repitan. Y le cogemos miedo a esas sensaciones. Y ese miedo a que vuelva a ocurrir nos hace presas. Y empezamos a tenerle miedo al miedo de que ocurra, cuando lo máximo que puede ocurrir es que durante unos minutos de nuestras vidas aparezcan unas sensaciones desagradables que no son pertinentes con la situación en la que nos encontramos.
La ansiedad condicionada, también podría llamarse «miedo a las sensaciones de miedo»
Pero claro, tenemos tanto miedo que dejamos de hacer cosas porque esas sensaciones aparezcan. Dejamos de funcionar de manera habitual. Y entonces es cuando la ansiedad te hace presa de ella. Dejas tu vida de lado para estar atento a esas sensaciones, para cualquier indicio de su aparición y resulta tan agotador que debes estar todo el día pendiente de ello, ahora eres su esclavo.
La ansiedad nos hace esclavos
¿Cómo se rompe la esclavitud? Evidentemente, hay profesionales especializados para ayudarte a romper estas cadenas. Las técnicas más usadas son las siguientes:
- Dándonos cuenta del estímulo que ha desatado nuestra interpretación de la situación, que no es amenazante o peligroso para nuestra supervivencia.
- Controlando la respiración para que no conlleve el aumento en la tasa cardiaca.
- Interpretación del peligro de forma más racional: dialogando con nosotros mismos.
- Habituándote a las sensaciones desagradables: descondicionamiento.
- Conciencia del tiempo máximo que pueden durar las sensaciones desagradables y de las repercusiones que ésto puede tener.
- Y principalmente, evitar que la ansiedad te haga presa impidiéndote llevar una vida normal, no huir para que no siga perpetuándose el mecanismo.