“No intentes enterrar el dolor: se extenderá a través de la tierra, bajo tus pies; se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre. Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia y con ella el golpe que las originó […]. No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado malograda queda en cualquier parte del mundo”. Porque esas cicatrices te recordarán, qué es lo que te daña. (Texto extraído de Beatriz y los cuerpos celestes. Etxebarría 1998).
Y esas cicatrices, aunque duelan, te harán más fuerte. Porque sanarán, porque siempre las heridas se hacen cicatrices que de vez en cuando molestan. Pero cicatrizarán. O acaso crees que el león con la cara llena de cicatrices, no aprendió qué puede dañarlo? Y sabiendo cuál es el animal que tiene una zarpa que pueda hacerle daño, decidirá libremente si quiere o no enfrentarse a él y por supuesto, la estrategia que debe usar para no resultar herido de muerte? Esta es nuestra condición, aprender, aprender y seguir aprendiendo.
Y si caemos veinte veces en la misma piedra, no te flageles, es porque aún no hemos aprendido lo suficiente y la vida te da otra oportunidad para hacerlo. No es tu responsabilidad que te hieran, pero como el león, debes aprender qué daña y tu estrategia para no morir. Porque siempre la hay.